Medicalización, erotismo y diversidad sexual:
Una crítica sexológica al DSM-IV-TR (I parte)
Medicalization, eroticism and sexual diversity:
a sexological critique of the DSM-IV-TR (I part)
B. Useche Aldana, PhD
Senior Research Associate
University of Texas, Houston. School of Public Health
Correspondencia:
Bernardo Useche Aldana
University of Texas
School of Public Health
1200 Herman Pressler. RAS EGII
Houston, TX 77030 (EE.UU.)
E-mail: buseche@sph.uth.tmc.edu
Resumen
Las dos partes en que se divide este artículo presentan una crítica a la clasificación de las “Disfunciones Sexuales” y de los
“Trastornos de la Identidad de Género” que se incluye en la versión revisada de la cuarta edición del Manual Diagnóstico y
Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Psiquiátrica Norteamericana (APA). La crítica está desarrollada con
base en tres fundamentos teóricos: 1) un modelo sexológico basado en el reconocimiento del erotismo como función principal
de la sexualidad humana; 2) los estudios más recientes sobre la evolución de la sexualidad; y 3) un análisis de la sexualidad
humana en el contexto de la globalización de la actual sociedad de mercado y de su impacto sobre las identidades y estilos
de vida sexuales de la población. En esta primera parte se señalan las limitaciones de los modelos implícitos en la actual
clasificación de las disfunciones sexuales y de las parafilias, se proponen conceptos alternativos y se subraya la necesidad de
revisar las categorías clínicas que actualmente se fundamentan únicamente en la función reproductora y en un modelo que reduce
la sexualidad al plano de la fisiología. Se concluye, además, que la presente clasificación hace parte de ltendencia
a medicalizar la sexualidad para comercializarla y utilizarla ideológicamente como elemento de estabilidad y control social.
Palabras clave: medicalización, disfunciones sexuales, parafilias, salud sexual.
Summary
The two parts in which this article is divided present a critique of the categories of “Sexual dysfunctions” and “Gender identity
disorders” included in the Fourth Edition of the Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (Text Revision) by the
American Psychiatric Association (APA). The critique is based on three theoretical fundamentals: 1) A sexological model based
on the acknowledgment of eroticism as the main function of human sexuality; 2) A discussion of the most recent studies on the
evolutionary origins of sexuality; and 3) An analysis of the impact that the globalization of market society has had on the populations’sexual
identities and sexual practices. This first part points out the limitations of the models used to define sexual dysfunctions
and paraphilias; it proposes alternative concepts; and it underlines the necessity to review clinical concepts based only on
Fecha de recepción: 27 de julio de 2004.
Fecha de aceptación: 15 de diciembre de 2004.
A la memoria de Heli Alzate (1934-1998).
IntroducciónUno de los debates más importantes en la sexología contemporánea es el relacionado con las formas específicas de medicalización de la sexualidad que se han originado en las últimas décadas como consecuencia de la globalización de la economía de mercado (1, 2). En esta controversia, juega un papel principal la discusión de los modelos teóricos de la Respuesta Sexual Humana propuestos por Masters y Johnson (3)1 y por Helen Kaplan (4, 5),2 modelos que todavía predominan en la literatura
sexológica y constituyen el fundamento de la clasificación de los problemas sexuales del manual de diagnóstico de la Asociación Psiquiátrica Norteamericana (APA), incluida su última versión: el DSM-IV-TR (6). La APA divide los problemas sexuales en 3 grandes grupos: disfunciones sexuales, parafilias y trastornos de la identidad de género. La primera parte de este artículo
se centra en el análisis de las limitaciones de los principales fundamentos teóricos explícitos o implícitos en las formulaciones del DSM-IV-TR con respecto a las disfunciones sexuales y a las parafilias y en señalar inconsistencias en la definición de estas categorías en orden de
sustentar por qué merecen ser revisadas. La segunda parte desarrolla con más profundidad la tesis según la cual las variaciones de la identidad y rol sexuales que hoy tienden a ser agrupadas bajo la denominación general de transgenerismo deben dejar de considerarse trastornos mentales
y, por lo tanto, los trastornos de la identidad de género deben excluirse de las clasificaciones psiquiátricas. El análisis de las definiciones y conceptos explícitos o supuestos en el manual se realiza sin perder de vista que existe una tendencia a sobredimensionar la prevalencia
de disfunciones sexuales y a medicalizar la sexualidad, en particular la sexualidad femenina, con el
propósito de comercializarla, política que ha generado un movimiento de resistencia en un sector cada vez más amplio de la comunidad sexológica (7, 8). Sin embargo, a diferencia de los autores que no sólo critican el modelo de la Respuesta Sexual Humana, sino que apoyados
en el enfoque del constructivismo social se resisten a emplear cualquier modelo que facilite una mejor comprensión de la sexualidad humana y sus problemas, pues consideran que no es posible establecer un criterio universal de “normalidad”, aquí se plantea que el compartir
las críticas a la sexualidad como mercancía y a los modelos reduccionistas de la sexualidad no excluye la posibilidad de desarrollar constructos teóricos que permitan avanzar en el desarrollo de enfoques terapéuticos y en la investigación sexológica rigurosa y sistemática.
Por esta razón, se presenta a continuación el modelo elaborado por Heli Alzate, uno de los pioneros de la sexología en Latinoamérica, como una alternativa a los modelos de Masters y Johnson y Helen Kaplan (9).3 El modelo de Alzate parte de la premisa fundamental de considerar lo
erótico como núcleo fundamental de la sexualidad humana, y de aceptar, por tanto, la búsqueda y el ejercicio consciente y responsable del placer sexual como actividades saludables del ser humano, sin sujeción a la función reproductora o a la exigencia de ligar necesariamente la
experiencia sexual a un vínculo amoroso (9, 10, 11).
La función erótica y los problemas sexuales
El DSM-IV-TR clasifica a su vez las disfunciones sexuales básicamente en tres subgrupos: trastornos deldeseo, trastornos de la excitación y trastornos orgásmicos, adoptando de manera explícita un modelo que integra las fases descritas por Helen Kaplan con las fases de la Respuesta Sexual Humana propuestas por Mastersç y Johnson. Visto desde una perspectiva histórica,
el trabajo de estos investigadores norteamericanos constituyó una contribución al conocimiento de la fisiología sexual y a la terapia sexual; no obstante, desde un primer momento, especialmente desde las filas del movimiento feminista, se señalaron sus limitaciones.
El hecho de focalizar la atención en aspectos meramente somáticos y la consecuente omisión de componentes claves de la experiencia sexual como son los relacionales,las percepciones subjetivas y el contexto socioeconómico y cultural originó que sexólogos como Heli Alzate (9) y Leonor Tiefer (12, 13) criticaran el modelo de la Respuesta Sexual Humana por su “reduccionismo
biológico” (9, 12, 13).
Aunque se observa en los autores del DSM-IV-TR cierto esfuerzo por darle mayor importancia a los aspectos subjetivos, el reduccionismo biológico persiste en la actual edición del manual de diagnóstico de la APA.
Así, por ejemplo, el criterio para definir un trastorno de la excitación sexual en las mujeres es “la incapacidad persistente o recurrente para alcanzar o mantener hasta
el término de la actividad sexual una adecuada respuesta de vaso congestión y lubricación”5 (código 302.72).
Este tipo de definiciones, que se limitan a respuestas somático-periféricas aisladas que no incluyen siquiera los factores subjetivos propios de la experiencia sexual humana ni los aspectos relacionales que típicamente hacen parte de las “relaciones sexuales”, mucho menos el
contexto socioeconómico y cultural, se han criticado desde dos posiciones diferentes: la de los investigadores que proponen modificaciones parciales al modelo de la Respuesta Sexual Humana descrito en el DSM con el objeto de crear nuevas categorías diagnósticas (14-17); y la
posición de quienes rechazan en su totalidad los modelos de Masters y Johnson y de Helen Kaplan, por centrarse únicamente en lo biológico, por el desconocimiento de las particularidades de la sexualidad femenina y por su origen en un modelo médico más interesado en “patologizar”
y comercializar la sexualidad que en explicar su complejidad y sus determinantes sociales (7).
Los primeros, entre quienes se destaca la psiquiatra canadiense Rosemary Basson, plantean, por ejemplo, que se deben reclasificar las disfunciones excitatorias femeninas en dos subtipos: genitales y subjetivas (18).
El problema con este enfoque reside, como correctamente ha señalado Leonor Tiefer, en que los investigadores que actualmente formulan nuevas categorías diagnósticas son financiados por la industria farmacéutica y estos estudios se realizan expresamente con el objeto
de crear nuevas disfunciones sexuales femeninas que permitan abrir un mercado para la comercialización masiva de medicamentos y procedimientos médicos (1, 7, 8, 19-21). La respuesta de los académicos que colaboran con sus estudios en este proceso de medicalización y comercialización de la sexualidad se ha reducido hasta ahora a la afirmación de que sin el dinero de los grandes laboratorios es imposible hacer investigación (22), argumento que simplemente acepta que el conocimiento sexológico debe coincidir y servir los intereses de las compañías que financian los estudios y demuestra el desinterés por contribuir a la salud sexual de toda la población
y no únicamente de quienes pueden pagar por los productos que salgan al mercado. Tiefer (7, 12) y sus colegas del “grupo de trabajo por una nueva visión de los problemas sexuales de las mujeres”
critican el modelo de Masters y Johnson y el DSM por reducir los problemas sexuales a problemas
fisiológicos, con lo que ignora las desigualdades “relacionadas con género, clase social, etnia, orientación sexual, etc”. Hacen énfasis también en que el modelo no diferencia entre la sexualidad masculina y femenina y sus problemas, y en que no existe un patrón de respuesta sexual universal que pueda ser considerado “normal”. Defienden además la necesidad de una clasificación alternativa de los problemas sexuales femeninos que parta de reconocer el papel de las fuerzas económicas y del contexto sociocultural como determinantes de la sexualidad, por lo que proponen agrupar los problemas sexuales de las mujeres en cuatro grandes grupos: 1. Problemas sexuales debidos a factores económicos, políticos o socioculturales. 2. Problemas sexuales relacionados con la pareja o la relación. 3. Problemas sexuales debidos a factores psicológicos. 4. Problemas sexuales debidos a factores médicos (7).
La crítica de Tiefer señala con certeza las serias limitaciones del modelo de la Respuesta Sexual Humana y del manual de la APA;6 asimismo, la nueva clasificación de los problemas sexuales femeninos definitivamente apunta a corregir la visión fisiologista y conductista responsable de mantener durante décadas el estudio de la sexualidad y los problemas sexuales alejados de su contexto social, económico y político, como si la vida sexual de las personas existiera en el vacío.
El llamado a oponerse a que la sexualidad se reduzca y sirva exclusivamente a los intereses comerciales de las grandes corporaciones que producen medicamentos es ciertamente una contribución a la sexología(1).
No todos los críticos de la Respuesta Sexual Humana y del modelo trifásico de Kaplan coinciden en negar la importancia teórica y utilidad clínica de un modelo explicativo de la experiencia sexual humana. Es en este sentido en el que aquí se propone rescatar el modelo que fuera desarrollado hace 17 años por Heli Alzate (9), precisamente con el propósito de superar el “reduccionismo periférico” de los modelos de Masters y Johnson y de Helen Kaplan (Fig. 1). El modelo de la función sexual propuesto por Heli Alzate7 (9) integra las diferentes fases (apetitiva, relacional, estimulatoria, excitatoria y orgásmica) en sus diversos planos (psíquico o central, somático o periférico y
externo o comportamental), con lo que facilita la investigación en profundidad de aspectos fisiológicos, subjetivos y comportamentales de la vivencia erótica, a la vez que favorece una aproximación clínica apropiada a la complejidad de los problemas que entorpecen su pleno
disfrute (23, 24). En primer lugar, Alzate incorporó el componente relacional
que en los modelos de Kaplan y Masters y jonson estaba ausente y obligaba a estudiar los problemas de pareja de manera superpuesta al problema sexual. En la perspectiva de Alzate, la fase relacional está definida básicamente por la búsqueda de parejas -objeto de deseo-,
con el propósito de participar de actividades sexuales placenteras.8 El condicionamiento cultural es, sin embargo, responsable de la sobrevaloración y distorsión del papel del enamoramiento que lleva a muchas personas a considerar que los vínculos afectivos son requisito obligado para participar en una actividad sexual, pues erróneamente creen que el amor es condición imprescindible
para dignificar el erotismo. Es evidente que los problemas relacionales inciden directa o indirectamente en el desempeño sexual y en el grado de satisfacción erótica obtenida, y que, por lo tanto, se hace necesario evaluar este componente para obtener una mejor comprensión
de los problemas asociados con el deseo, la estimulación/ excitación o el orgasmo.
La inclusión de los planos psíquico o central, somático o periférico y externo o comportamental contribuye a resolver la posición dualista soma/psique que ha prevalecido hasta ahora en la aproximación a los problemas sexuales y, a la vez que reconoce que existe una base material (el sistema nervioso central) para los fenómenos psicológicos, acepta que el contexto sociocultural
y la experiencia individual determinan y moldean las percepciones subjetivas y las manifestaciones
somáticas del deseo, la excitación y el orgasmo. Desde el punto de vista meramente clínico, la evaluación diferencial de fases y planos facilita la definición de pautas, procedimientos y técnicas de intervención educativa o terapéutica dentro del criterio desarrollado también por Alzate según el cual la gran mayoría de los problemas sexuales son problemas menores originados en la ignorancia, la falta de experiencia u oportunidades y a los efectos de la asimilación individual de la erotofobia
predominante en la cultura. “Los problemas sexuales mayores son aquellos que tienen causas más complejas, de tipo psíquico (psicosocial), somático o mixto, y requieren tratamiento especializado, aunque algunos de ellos también presentan el componente de ignorancia sexual, típico de los problemas menores” (9).
Además de definir el problema sexual como “la creencia, orientación, estado o comportamiento sexual que subjetivamente frustra o disminuye el placer específico deseado, o que tiene consecuencias síquicas o somáticas nocivas (indeseables) para el individuo, la pareja
sexual o los demás” (9), Alzate consideraba que no existen “enfermedades sexuales” sino personas con problemas sexuales originados principalmente en “el condicionamiento cultural erotófobo”, “la socialización sexual
de la mujer basada en el romanticismo alienante y en el aprendizaje del maternalismo” y en el permanente conflicto entre el deseo sexual individual y la erotofobia social. Erotofobia que a su vez es responsable de que muchas personas adultas permanezcan en la ignorancia
con respecto a la fisiología del erotismo, la complejidad emocional de la experiencia erótica, la particularidad del aprendizaje requerido para integrar a la vida diaria actitudes positivas con respecto al placer sexual y para desarrollar el repertorio comportamental y los criterios de ética sexual que hagan posible una vida sexual satisfactoria y saludable.
Consecuente con su planteamiento, Alzate esbozó una nueva clasificación de los problemas sexuales mayores de acuerdo con las fases y planos de su modelo, al mismo tiempo que insistió en la importancia fundamental
de una educación sexual positiva, es decir, una educación
con el objeto de prevenir y solucionar la inmensa
cantidad de problemas sexuales menores que hacen miserable
la vida sexual de buena parte de la población.
Finalmente, su concepto del terapeuta sexual como
un profesional debidamente calificado, que entiende su
función en términos de promover el placer sexual de
las personas que consultan, contrasta con el rol médico
tradicionalmente relacionado con evitar o eliminar
el dolor y con la motivación meramente mercantilista
de los nuevos “sexólogos”, profesionales de la medicina
con actitudes negativas hacia el erotismo, las cuales
son racionalizadas con el argumento de que en estos
tiempos la medicalización del placer sexual es una nueva
y lucrativa franja del mercado.
Parafilias y fase relacional
de la Función Sexual Humana
Precisamente, en cuanto a las parafilias, la conceptualización
subyacente al DSM-IV-TR está referida a la fase relacional,
la cual, como se anotó anteriormente, está ausente
en los criterios para definir las disfunciones sexuales. El
manual de la APA se apoya implícitamente en las teorías
según las cuales lo patológico de las parafilias reside en
que en estas conductas se ha separado completamente el
deseo sexual y la capacidad excitatoria y orgásmica del vínculo
amoroso con una pareja apropiada para asociarse, incluso
en las fantasías a “objetos no humanos”, a la “humillación
de la persona misma o de su pareja sexual”. Estos
B. Useche / Sexología Integral 2005; 2(1): 36-42 40
9John Money (26) propone una teoría en la que las distintas parafilias son interpretadas como estrategias que le permiten al individuo, condicionado
por las culturas donde ha prevalecido el cristianismo, disociar el deseo prohibido y pecaminoso del amor santificado, y en consecuencia clasifica
las más de 40 parafilias que se han logrado documentar en 7 grandes estratagemas: expiatorias, predatorias, mercantiles, talismánicas, estigmáticas,
solicitacionales y de sustitución.
10Las cuatro fases del cortejo según Freund son: escogimiento inicial de la pareja, interacción pre-táctil (posturas, gestos, verbalizaciones), interacción
táctil y contacto genital.
conceptos coinciden con la definición de John Money (25,
26), para quien una parafilia es “un trastorno del amor o
de la capacidad de enamorarse”, causado por la vandalización
del mapa sexo-erótico normal del individuo,9 y con
la idea de Kurt Freund (27) según la cual las parafilias son
esencialmente “trastornos del cortejo”, es decir, distorsiones
de las fases normales que según este autor se suceden
en el proceso normal de búsqueda de pareja sexual.10
Los comportamientos denominados parafilias ciertamente
se caracterizan por incluir como objeto de deseo
una pareja no socialmente aceptada o un objeto inanimado;
pero, al focalizar la atención en la fase relacional
de la función erótica como un elemento aislado
del contexto social, se deja de lado el hecho de que la
persona que presenta la parafilia probablemente ha sido
objeto del condicionamiento que sobre el individuo
ejerce una dinámica social cada vez más patológica que
determina negativamente la libre búsqueda y encuentro
de parejas sexuales “apropiadas”. Si bien puede documentarse
la existencia de parafilias a lo largo de toda
la historia y seguramente en muchos de estos casos
hay experiencias individuales emocionalmente traumáticas
que contribuyen a explicarlas, lo cierto es que
la ahora llamada “sociedad de mercado” (28) ha extremado
las condiciones que obstaculizan el hallar parejas
sexuales en la tradición de la familia típica de períodos
sociales anteriores.
En segundo lugar, el DSM-IV-TR incluye como rasgo
esencial de algunas parafilias el que estas actividades
sexuales se lleven a cabo “con niños o personas que
no dan su consentimiento para participar en la actividad
sexual”. En este punto, nadie discute que toda actividad
sexual que no sea voluntaria y consensual, involucre
a niños con adultos o sea lesiva para otra persona
es completamente inaceptable y debe ser objeto
de la acción legal apropiada. Sin embargo, la pregunta
es si todas estas conductas constituyen de por sí una patología
mental o si, como Thomas Szasz (29) ha argumentado,
el incluir las ofensas sexuales y otros comportamientos
sexuales delictivos en las clasificaciones
psiquiátricas es simplemente una modalidad más de la
medicalización de la sexualidad. De hecho, muchas de
las parafilias pueden considerarse inofensivas y se practican
voluntaria y consensualmente. Ahora la sanción
legal se justifica en el caso particular de las parafilias
cuya práctica puede lesionar a alguien, al igual que el
tratamiento médico, psicológico o sexológico estaría
indicado para aquellas parafilias que presentan un carácter
exclusivo o compulsivo, aunque entendiéndose
que la patología reside en la compulsividad, mas no en
la práctica erótica.
Bien lo expresó Heli Alzate (9) cuando definió su concepto
de normalidad sexual: “El criterio sexológico de
normalidad, que se fundamenta en los criterios biológico
y de salud mental verdaderos, establece que una conducta
sexual, por muy extraña o repugnante que parezca, sólo
puede ser considerada anormal, inadecuada o patológica
si es intrínsicamente nociva para la integridad somática
o síquica del individuo o de otras personas”.
Por su parte, Ullerstam (30) en su texto sobre Las minorías
eróticas insiste en la necesidad de respetar el derecho
al placer sexual que tienen las personas que presentan
parafilias inofensivas, a quienes no se debe rechazar
o castigar por comportamientos que satisfacen
necesidades sexuales originadas en experiencias personales
de las cuales no son responsables. Más recientemente
y con fundamento en un riguroso estudio del
DSM-IV-TR, Moser y Kleimplatz (31) han llamado a
la remoción de las parafilias de las clasificaciones psiquiátricas
al concluir que el concepto de parafilia es
ambiguo, no describe un trastorno mental específico,
ni cumple con los criterios del mismo manual para definir
un trastorno mental; para estos autores, el confundir
variantes inusuales de la conducta sexual con
psicopatología no sólo lesiona y discrimina a quienes
practican estas variantes, sino que es utilizado como argumento
para “… la opresión de las minorías sexuales
y para servir agendas políticas”.
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